Gradualmente, las identidades culturales se dividen entre las que imponen su propio relato identitario y las que asumen la imagen externa que se tiene de ellos. El debate público enfrenta no solo los estereotipos y los argumentos externos sino también las categorías, los valores y las certezas de los discursos culturales impuestos.

En la cultura, como en todo, lo que no usa desaparece. Con la particularidad de que el tiempo lo borra para siempre y es imposible recuperarlo. Las identidades culturales están absolutamente imbricadas con la comunicación pública. No hay más patrimonio que el patrimonio vivo. Museificarlo, catalogarlo y presentarlo es ya de por sí una decisión política, pero cada vez más el pasado está condenado a su desconexión pública y a su constante reinterpretación presente de acuerdo con las miradas impuestas.

La única manera de mantener, fortalecer y recuperar la identidad colectiva es hacerla social, institucional, cultural y políticamente operativa en un análisis y una decisión conscientes de su utilidad a la hora de crear espacios propios para la decisión.