La participación democrática no solo es el más eficaz antídoto contra la captura de las instituciones por parte de los grandes agentes políticos internacionales, supone también la implementación de una cultura política de la responsabilidad en las políticas públicas y de la legitimidad en las decisiones políticas.

La creciente importancia en la percepción pública de las instituciones a la hora de abordar problemas de magnitud sistémica como la pandemia y la conciencia pública de la influencia de los grandes lobbies internacionales en las políticas públicas, la lucha internacional contra la corrupción, el papel de los grandes medios y la búsqueda de una identidad mayor entre representantes y representados en términos de etnia, género y circunstancia personales implican una relectura de las estructuras de participación, transparencia, iniciativa popular y evaluación legislativa y gubernativa.

Pero ensanchar los límites de la democracia no puede servir para devolvernos a las autocracias hiperlideradas, al viejo clientelismo electoral o al cortoplacismo de los enemigos internos. La democracia necesita encontrar soluciones nuevas para resolver problemas antiguos, y el camino abierto por las nuevas tecnologías de la información y la comunicación puede ser un buen inicio.